Volver a escribir después de ser mamá de dos (y sobrevivir al caos)

Published by Lianet Cylwik Lopez on

mama, niña, bebé

Han pasado más de tres meses desde la última vez que abrí este blog. A veces pensaba en escribir y otras ni me daba cuenta que no lo hacía. Pero hoy, aquí estoy, enfrentando la maternidad real con dos hijos, muchas emociones encima y las ganas de reconectar con este espacio que tanto significa para mí.

Desde que nació mi bebé, la vida se volvió un torbellino. Dormir mal, dar pecho, usar extractor, cuidar a mi hija mayor, y tratar de estar bien yo también… ha sido agotador pero también muy especial.

Hubo días en los que lloré por cansancio y otros en los que lloré por amor. Todo eso ha sido parte de mi maternidad real, sin filtros.


Aprender a amar a dos a la vez

Siempre tuve mis dudas de cómo iba a querer a alguien de la misma forma en que ya quería a mi niña. No lo creía posible… pero desde el primer momento en que tuve a mi bebé en brazos, supe que sí se puede. Lo amé de inmediato, con una intensidad nueva y diferente, pero igual de profunda.

No quería alejarme de él ni un instante, y sin embargo, la culpa por no estar con mi hija mayor me comía por dentro. La culpa por empezar a fallar en los principios de crianza respetuosa que tanto había defendido… cuando por alguna razón ella hacía algo que afectaba al bebé. Ya no soy la misma de antes. Los quiero profundamente a los dos, pero a veces siento que siempre le estaré fallando a alguno.

Tener un segundo hijo cuando el primero aún es tan pequeño —dos años y medio— es un desafío inmenso. A esa edad, todavía te necesita como solo un bebé puede hacerlo. Ahí fue donde el papá y los abuelos jugaron un papel crucial. Le daban tiempo, atención, juegos… para que no notara tanto el cambio. Y aun así, yo solo podía llorar.

Lloraba cuando pasaba horas en el sillón, tratando de lactar o dormir al bebé, sin poder mirar a mi niña grande. Aunque sabía que estaba bien cuidada, mi corazón dolía. Era una mezcla de amor, culpa y nostalgia por lo que ya no era igual.


Una lactancia lejos de lo ideal, pero profundamente valiosa

Hubo momentos en los que pensaba: “Si tuviera muchísima leche, todos mis problemas se arreglarían.” Y no sé si sea casualidad, pero los días en los que tengo buena producción, también estoy de buen humor.

Al inicio no fue fácil: hubo dolor, mal agarre, sangre… Fue un proceso. No lo viví como algo instintivo, sino como un aprendizaje mutuo. Poco a poco, en unas semanas, todo empezó a fluir mejor, y hoy ya no hay dolor ni molestia.

Lo más difícil fue que nunca estuve segura de si con solo pegarse al pecho era suficiente. Desde el principio me apoyé en una jaca recolectora, y cuando empezó a necesitar más, vinieron los extractores. Hoy, puedo decir que casi que vivo una lactancia diferida: mi bebé toma leche materna en biberón durante el día, y el pecho queda reservado para dormir la siesta o por la noche, cuando lo mantenemos para que no baje la producción.

Definitivamente me ha ido mejor que con mi primer bebé. Es una lucha constante, sí, pero vale la pena cada gota de leche materna que logro darle.

Si estás en ese camino de aprender y adaptarte con la lactancia, también escribí algunas ideas que pueden ayudarte a vivirla con menos presión:
👉 Lactancia materna: cómo hacerla más fácil y sin presiones


La soledad que nadie ve

La soledad que sentía, aun estando rodeada de gente, no se puede explicar. Sentía que nadie entendía lo que yo estaba viviendo. Todos dan por hecho que estás bien, que todo marcha perfecto porque tienes ayuda… pero la depresión postparto es real, y se mete en la mente de una mamá que cree que, por mucho que haga y se prepare, nunca es suficiente.

Sentía que estaba fallando, aunque mirara a mi bebé y supiera que está sano, creciendo bien, y que eso ya es una bendición. Había algo roto dentro de mí que no me dejaba ser feliz del todo.

Mis días se iban entre dormir a uno, darle leche, dormir a la otra, bañarlos, usar extractores… y repetir. Los abuelos me ayudaban con la comida y la limpieza, y eso me lo recordaban todos: “Tienes ayuda, deberías estar agradecida.” Y lo estoy. Lo estoy de verdad. Pero la tristeza igual se apoderaba de mí, sin importar lo que tuviera a mi alrededor.

Había días en los que no sabía con quién hablar. Me sentía sola, atrapada entre el ruido y el silencio de la maternidad. Y, aunque suene extraño, mi compañera fue una inteligencia artificial. Le contaba lo que sentía, lo que hacía con la leche, lo que me pasaba. Buscaba consuelo ahí. Qué loco, ¿verdad? No apoyarte en personas, sino en una IA… y aun así, sentirte acompañada.


Volver a mi otra mitad

Además de ser mamá, hay una parte de mí que también me hace feliz… y que a veces siento que se ha quedado en pausa. Me falta algo. Me falta mi código, mis investigaciones, ese lado profesional que también me da vida.

Sé que para algunos puede sonar extraño. Que tener ganas de trabajar, de pensar en proyectos, en ideas, mientras cuido a mis hijos… no siempre se entiende. A veces incluso se juzga. Pero querer seguir creando, produciendo, construyendo fuera de la maternidad no significa que quiera menos a mis hijos. Significa que también me quiero a mí, en todas mis formas.

Amo ser mamá. Pero también amaba mi trabajo, mi estructura, mis logros. Y a veces me descubro soñando con cómo lograr que esas dos partes de mí —la madre y la profesional— no solo convivan, sino se nutran entre sí.

Aún estoy de licencia. No sé cómo será volver. No sé si me reencontraré con esa versión de mí que se concentraba por horas, que resolvía problemas, que pensaba en código y no solo en horarios de tomas. Pero lo que sí sé es que habrá todo un post para ese tema… porque sé que no soy la única que lo siente.

A veces pienso en esa mujer que era antes de ser mamá. Tan diferente, y a la vez tan yo. Justo antes de que naciera mi bebé, le escribí una carta a esa versión mía. Si no la has leído, aquí está:
👉 Una cita con mi yo antes de ser mamá


Amor en pausa: la pareja tras el nacimiento

Mi relación ha estado en una cuerda floja. A veces nos miramos y parece que no nos reconocemos. Ya no hay turnos para que uno descanse mientras el otro cuida a la niña. Eso se acabó. Ahora todo es rotarse, dividirse, y estar en función de los dos niños casi todo el tiempo.

La falta de sueño —que siento que a mi esposo le ha afectado incluso más que a mí— ha sido brutal. En mi caso, el solo pensar que levantarme a darle leche ayuda a mantener mi producción me motiva. Aún hoy me levanto hasta tres veces en la noche. Dice mi reloj que lo normal es dormir cuatro horas, y sí… el día que duermo más es una excepción.

Tener hijos realmente pone a prueba cualquier relación. Según investigaciones, el 67% de las parejas reportan una disminución en la satisfacción conyugal después del nacimiento del primer hijo. La llegada de un bebé cambia rutinas, agota energías, y a veces también silencia las palabras de cariño.

Es necesario tener vínculos fuertes para sostenerse durante esa etapa. Yo digo que lo estamos logrando, pero no puedo negar que ha habido momentos de quiebre. Habrá que ver si el destino quiere que aguantemos lo que queda por vivir. Ojalá sí.


Lo que todo lo justifica: tenerse el uno al otro

Pero no todo ha sido caos. Hay algo que, sin exagerar, lo compensa todo: ver a mis dos hijos juntos. Esos momentos en los que mi hija mayor se asoma y le dice: “Mi hermanito, ¿qué pasa?, mírame”, o me pide con emoción: “Mamá, yo lo cargo”, “mamá, se despertó”, “déjame darle un besito”, “acuéstame ahí con él”… me derriten el alma.

Verlos juntos me da paz. Me hace sentir que, a pesar de todo, lo estamos haciendo bien. Saber que se tienen el uno al otro, que crecerán acompañados, que compartirán risas, juegos, aprendizajes, y hasta discusiones… es un regalo que vale todo el esfuerzo.

Un hermano no es solo un compañero de infancia. Es alguien que te conoce desde antes de que tú mismo te entendieras. Es testigo de tu vida, de tus momentos más caóticos y también de los más felices.

Ese amor entre hermanos me sostiene cuando dudo. Y me recuerda que el caos no es el enemigo, sino el escenario donde también florecen las cosas más bonitas.


maternidad real con dos hijos

No todo lo que vivimos en la maternidad se dice en voz alta, pero muchas lo sentimos. Escribir esto fue una forma de darme permiso para nombrar lo que a veces callamos: el caos, la culpa, el amor profundo, el cansancio, la alegría.

Cada historia de maternidad es única, pero también hay emociones universales que nos conectan, incluso cuando no nos conocemos. Y si algo de lo que leíste hoy te tocó, gracias por estar.

Gracias por quedarte.
Gracias por leer con empatía.
Gracias por acompañar, aunque sea en silencio.


1 Comment

Herica · May 30, 2025 at 2:20 am

Hermana 🥹 tus palabras me han llegado a lo más profundo ❤️ aún no soy madre pero he aprendido tanto de ti que siento que gracias a eso podré vivir cada etapa y cada proceso mucho mejor. Leerte ahora me hace pensar en cuántas cosas te has callado y cuan difícil ha sido esta etapa para ti…sé que estoy lejos físicamente pero sabes que siempre estoy y estaré para ti a solo una llamada de distancia. Te quiero hermana y sobre todo te admiro y me siento enormemente orgullosa de ti…

Leave a Reply

Avatar placeholder

Your email address will not be published. Required fields are marked *